Entre telescopios y animalitos de granja anda el juego. No eres tú, soy yo. No es por tí, es por mi. No me digas cositas que me pongo coloradito. Érase que se era... Minutos que se convierten en pequeñas transformaciones de vida que se incrustan en nuestra cara, mientras caminamos en cuatro, y que nos adentran en sensaciones magnánimas de alegría y alboroto. Transmitir con todo el cuerpo el vacío interior que nos llena de aire como un globo de cumpleaños. Ahora, pero no siempre, claro. Dejar fluir el llanto insonoro que brota por cada minúsculo poro de nuestra piel.
Pero hay que recibir lo que el resto nos transmite también. Y ese vacío consigue llenarse poquito a poco. No es un chuletón de ternera pero si que podrían ser varias hamburguesas. Y lo agradezco. El hambre que me posee por momentos de afecto me tiene en vilo. Y es que sería una falta de respeto no hacer caso a esos cuantos cuerpos que crean una atmósfera acogedora en la que no se puede pasar frío. Y sería una falta de respeto que cada una de las personas que dijo "no te preocupes" se sintiera inútil a mi alrededor porque yo ni siquiera me inmute cuando aquel me lo dijo. No, eso no es así. Hay que dar, porque recibimos. Y recibir únicamente, cuando no podemos dar. Pero en ningún caso hay que quedarse indiferente. No, por respeto y armonía mundial. Agarrarse a un clavo ardiendo mucho antes de rendir, la única forma de perder.
Respiro desde el diafragma, cierro los ojos, y siento el césped. Me siento por dentro. Estoy. Quiero estar. No quiero vagar, quiero caminar.
Y aún así, titubeo entre pasos mirando los árboles que hoy, han florecido.
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