En el alféizar de la ventana, a través del cristal, un pájaro negro que se estira y mira hacia todas partes. Observa rápidamente a un lado y otro, siempre me pregunto cómo ven los pájaros. Me ve, tuerce la cabeza y yo también.
Creo que tiene hambre, pero me da miedo abrir la ventana para echarle algo de pan, por si se asusta y se cae. Creo que no puede volar; quizá ya tiene miedo sin que yo abra la ventana. ¿Y si no quiere pan?
Sigo haciendo cosas, y lo observo. Qué curioso, aletea un poco, se pica por detrás, por delante, a uno y otro lado; y abre su pico para gritar. Bueno, quizá es una llamada inocente. Pero yo creo que grita. Sigo pensando que tiene hambre.
Aparecen dos pájaros más, con comida, pero al verme, se marchan. Me escondo, y en realidad, se siguen yendo igual. No les importo yo, si no su propia indecisión.
Cada uno tiene sus razones. No sé ni qué comen los pájaros ni las personas. Y a veces no sé de qué tengo hambre. Por la indecisión de acercarme o no al alfeizar, aquí sigo con el pan en la mano. Desde dentro, alguien mira. Y soy la más miedica de todo el mundo, porque si cualquiera abre la ventana de repente, seguro que voy y me caigo. Aunque fuera esté tronando, tenga una pata rota y no me funcionen bien las alas.
Desde aquí, lo sigo escuchando. ¿Me oyen?
Igual ahora voy y abro la ventana. A lo mejor.
A mí me dijeron una vez que "siempre es bueno ventilar".
ResponderEliminarabre la ventana.