martes, 12 de octubre de 2010

12 de octubre

En el andén de la C5 de Méndez Álvaro no hay pulsador de alarma. Y entonces qué hago si pasa algo. Me dicen que coopere en una evacuación, que si sé algo de primeros auxilios y estoy ilesa, no haga nada.

El movimiento rectilíneo y el traqueteo que se comunica a la mente de los pasajeros, dan lugar a un pasillo lleno de piernas, unos cristales llenos de lluvia y un autobús que no para. No para nunca. Como las nubes. Igualito.

El sueño se entremezcla entre con el respirar de los que duermen y la niña de delante que no para de moverse. Y yo sigo pensando en lo vertiginoso del paso del tiempo. Que como el autobús, nunca para. Nunca.

La maleta que se llena de nuevos objetos y nuevos recuerdos que me fortalecen lejos de mi casa. Porque sigue siendo mi casa. Y mi cama. Y mis montañas.

No sabía que adoraba las montañas tan cercanas hasta que me fui de Granada. Porque aquí todo es llano hasta muy al norte.

"Y tiene los ojos de un color imposible". El reloj naranja que ya ni necesita que le de cuerda. Uno, dos, tres...

A pesar del cansancio, siempre hay espacio para el placer.
Sigo observando... y la solidaridad sigue teniendo agentes anónimos.

Me estremezco y los pelos se me ponen de punta. Y sonrío porque sí.

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